Plumbum plumbi, un simple relato sobre la guerra - Crónicas de Esperantia

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miércoles, 15 de junio de 2005

Plumbum plumbi, un simple relato sobre la guerra


"PLUMBUM PLUMBI" ©

Fran J. Saavedra


Recuerdo que el día que vi la luz por primera vez hacía frío. Acostumbrado como estaba a la calidez del interior, me resultó muy extraño verme arrancado por unos hoscos hombres de sucias vestimentas de la maternal gruta que había sido mi hogar durante tantos años.



Junto a muchos de mis hermanos fuimos cargados en inmensos camiones que eran conducidos por hombres regordetes y sudorosos que llevaban impersonales monos azules y cascos grasientos. La oscuridad reinante en el interior del camión no me permitió ver hacia donde nos conducían. La sensación era agobiante. Habíamos estado tanto tiempo juntos y no nos conocíamos. No podíamos imaginar por qué extraño sortilegio habían perturbado nuestro plácido descanso. Mis meditaciones me impidieron percatarme de la duración del viaje, pero podría asegurar que no sobrepasó las dos horas. Unas inmensas grúas me devolvieron de nuevo a la realidad. Bruscamente nos depositaron en una cinta transportadora que terminaba en una inmensa caldera que se encontraba al rojo vivo. Al llegar se apoderó de mi un asfixiante calor, que al principio de mi existencia ya había sentido y que mi constitución podía aguantar perfectamente aunque modificaba por completo mi fisonomía sólida para convertirme en un viscoso y humeante conjunto líquido. Más tarde... la nada, la inconsciencia, la muerte, el renacimiento.



Me desperté, ya frío, en otro lugar que no conocía y que en absoluto se parecía a lo anterior. Aquí ya no había calderas. No reinaba el fuego. Una inmensa estructura de hormigón daba cobijo a multitud de departamentos estanco donde se clasificaban todas las piezas que llegaban del gran horno. Aunque no faltaba la luz, ésta daba un aspecto mortecino a las caras de los obreros que manipulaban todo aquel Galimatías. Una estruendosa sirena acabó por despertarme por completo. Las transformaciones a que había sido sometido debilitaron mi pensamiento y ahora volvía a reencontrarme. Fue en aquel instante cuando me vi de nuevo. Ya no era un conjunto deforme y sucio. Ahora pertenecía al mundo de la armonía, de las formas bien definidas. El orden había ganado la batalla al caos. Era muy pesado.


Mágicamente uniforme a través de todas las líneas perfectas de mi cubierta prismática. Las preguntas sobre qué fui, qué soy y que seré revoloteaban por mi interior, pero lejos de atormentarme me sumían en una sensación especialmente excitante.



El tiempo fue pasando y por las sensaciones térmicas que recibía del exterior pude calcular que pasaron dos veranos y tres inviernos. Una cada vez mayor capa de polvo se hizo mi compañera inseparable. Estaba acostumbrado a esperar. Para mi el tiempo no es implacable como para los humanos, cuya velocidad no pueden detener, aunque intenten engañarlo.



Yo ocupaba un pequeño espacio junto a cientos, miles o quizás millones de mis iguales que no podía calcular porque mi campo de visión quedaba limitado a unas pocas decenas que se apilaban en todas direcciones. Por fin un día pude observar como enormes máquinas iban desalojando las hileras más próximas a mi. A pesar de ello mi visión no me permitía ver algo más que hileras y más hileras de mis iguales. Todos simétricos, monótonos, ordenados.
Algunos débiles rayos de luz se empeñaban sin éxito en deshacer el aburrido monocolor del gigantesco conjunto.



Cuando me arrancaron de aquel lugar supe que había llegado mi hora. De los próximos acontecimientos dependía mi futuro durante algún tiempo. Las preguntas sobre mi pasado, mi presente y mi futuro volvieron a aparecer nítidas en mi interior y como tentando al destino me atrevía a hacer algunas cábalas sobre lo que sucedería a continuación.



El sol ya se batía en retirada cuando me subieron a un camión. El viaje transcurrió durante varias horas y al llegar el astro rey comenzaba a desperezarse. De nuevo otras máquinas se ocuparon de llevarme al interior de un gran edificio del que sobresalía una chimenea renegrida por el humo que supuse llevaba saliendo de su interior varios años.



Lo que pensaba que iba a ser mi inmediato futuro se convirtió en una nueva larga espera en otra pila junto a mis iguales. Ahora ya no éramos tantos y aunque con cierta dificultad podía ver que ocurría a mi alrededor. Al parecer se trataba de coger a cada uno de nosotros y trocearnos en porciones más diminutas para luego trasladarnos a un lugar que desde mi posición no podía distinguir, aunque noté que se trabajaba sin descanso y con enorme celeridad.



Máquinas y robots más pequeños se encargaban de modelarnos para darnos una fisonomía casi cilíndrica de aproximadamente 2 cms. de largo. Para ello tenían que desprenderse de parte de nuestro rugoso cuerpo.


Después de las manipulaciones a que fui sometido estos últimos pequeños retoques no suponían para mi el menor contratiempo. Al final del trabajo quedé listo para dirigirme a mi destino. Un lugar que no conocería hasta pasado algún tiempo. Ahora ya tenía entidad propia y el uso al que sería destinado, a pesar de que todavía no lo conocía ya había sido trazado.


Me introdujeron junto a muchos de mis compañeros en una caja de cartón, no excesivamente grande y nos volvieron a apilar en un lugar seco y cálido. Al estar encerrado en la caja de cartón no podía más que percibir lo que ocurría en el exterior a través de ruidos y sonidos por lo que me resultó imposible hacerme una idea aproximada de lo que había fuera.


Pasaron los días y a eso de la media tarde comencé a notar que estaban moviendo las cajas. Hasta que llegó el turno de mi caja no conseguí ver de nuevo la luz. Unas pinzas de acero me recogieron y añadieron a mi volumen una prolongación que recubría parte de mi cuerpo y que terminaba en un circulo, con otro más pequeño en el centro. De nuevo me colocaron en la caja y comencé mi último gran viaje con un destino que no llegué a conocer hasta dos semanas después.


Hombres uniformados de caqui, me devolvieron a la realidad desde la caja de cartón que fue mi morada. El ruido era ensordecedor fuera. En el interior de un pequeño edificio me colocaron junto a 19 de mis iguales en una especie de cajita metálica que sólo tenía una abertura por uno de sus lados y que colocaron en un utensilio alargado con un agujero redondo en su extremo más puntiagudo. Un potente muelle nos obligaba a estar tensos y apretados. El utensilio alargado junto con la cajita metálica que nos alojaba fue transportada hasta el exterior por alguien a quien no conseguí ver. El estruendo se multiplicó por cinco, quizás por diez al traspasar el umbral de la puerta. El sujeto nos depositó en una pequeña tarima de madera.
Otras manos, nos recogieron violentamente de la tarima y en sus brazos emprendimos una carrera de locos.


Explosiones de diferentes intensidades nos rodeaban. El individuo paró en seco. Se escondió tras un árbol y colocó el utensilio metálico en horizontal a la altura de sus ojos. Siete pequeñas detonaciones se hicieron notar en el maremagnum de efectos sonoros del ambiente. Casi instantáneamente notamos un cierto alivio en la cajita metálica en la que seguíamos. Una pequeña mirada entre nosotros bastó para comprender que ya no estábamos todos.

Siete de nuestros compañeros habían desaparecido y su lugar lo ocupaban otros siete. El espacio, aunque todavía comprometido por la presión del muelle se había ensanchado ligeramente. Yo ahora ocupaba la posición número 4. El portador de nuestro artefacto debía estar atravesando un terreno sumamente accidentado porque los vaivenes a los que nos sometió en los minutos siguientes nos transportó a un mundo de espirales en el que la quietud parecía lejana. De repente se paró bruscamente, de improviso. La inercia del frenazo nos obligó a apretarnos todavía más en nuestro minúsculo habitáculo. Se hizo el silencio, un silencio de muerte. El sordo crepitar de las ramas al moverse rompía la calma reinante en el entorno. Otras seis pequeñas detonaciones se hicieron un hueco en la quietud. Al mismo tiempo yo me sentí empujado bruscamente al exterior. La parte de mi anatomía que me habían adosado posteriormente me abandonó con violencia. Yo me encontré en el espacio, volando a velocidad de vértigo en línea recta.

Creo que no tardé ni un segundo en alcanzar mi objetivo. No pude ni siquiera verle la cara, aunque me pareció que era muy joven. Con ímpetu penetré en su cuerpo y en mi recorrido me llevé por delante vísceras, tejidos y huesos. El muchacho se desplomó súbitamente y comenzó a pedir ayuda a alguien que no llegaría nunca. la vida se le estaba escapando por momentos. Sus gritos conforme pasaban los segundos se hacían más y más débiles hasta desaparecer por completo.


Yo estaba rodeado de sangre. No entendía nada. No sabía qué estaba pasando. Ni siquiera podía ayudarlo. El silencio se convirtió en desolación que cesó a los pocos minutos para convertirse en una nueva sinfonía macabra de explosiones, detonaciones, gritos y lamentaciones.



Dentro todo estaba muy oscuro. Sólo podía percibir la viscosidad de la sangre y escuchar los débiles latidos de aquel corazón joven. Nunca supe cómo se llamaba y nunca le vi los ojos.
Antes de que la noche alcanzara sus últimos objetivos y le ganara la batalla al día aquel corazón se paró para siempre.

SEPTIEMBRE DE 1.995


La imagen la encontré en Eldigoras.

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